
1. El amor de Jesús hasta el fin y el significado de “el que ya está bañado”
El pastor David Jang, al reflexionar profundamente sobre el relato del lavamiento de los pies que aparece en Juan 13:2-11, destaca la gran relevancia de esta escena para la vida cristiana y la comunidad de la Iglesia. Este pasaje presenta la situación de la Última Cena, donde se anticipa un momento de extrema tensión y tragedia, pues el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote la intención de traicionar a Jesús. Sin embargo, el Señor, aun sabiendo que su muerte era inminente, amó hasta el fin y mostró un amor que deseaba incluso el arrepentimiento de su enemigo. En particular, la frase “El que ya está bañado no necesita lavarse más que los pies, pues todo su cuerpo está limpio” (Jn 13:10) ilustra bien la tensión entre la regeneración y la necesidad de arrepentimiento diario.
El pastor David Jang subraya ante todo que la expresión “el que ya está bañado” simboliza la experiencia fundamental del nuevo nacimiento (o regeneración) en la fe cristiana. Creer en Jesucristo y pasar de la esclavitud del pecado a la nueva vida constituye un cambio radical. En términos de una analogía, uno se baña antes de ir a una fiesta, pues eso es parte de la etiqueta y demuestra que se posee la dignidad o el derecho de participar. Sin embargo, en el camino hacia la fiesta, inevitablemente los pies pueden ensuciarse con polvo o lodo, por lo que es preciso lavarlos antes de participar plenamente del banquete. Esto significa que, aunque el creyente ha sido regenerado por la fe, en la vida cotidiana siempre existe el riesgo de “cometer pecados con nuestros pies rápidos para pecar”, y por tanto necesitamos un arrepentimiento y limpieza constantes.
El pastor David Jang recalca repetidamente que la experiencia de la regeneración es el punto de partida y el elemento esencial de la fe. Si alguien aún no se ha “bañado” (no ha nacido de nuevo), aunque participe en los cultos y sirva en la Iglesia, en el sentido más profundo no está realmente en comunión con el Señor. Es como Judas Iscariote, que se hallaba físicamente cerca de Jesús, pero nunca llegó a comprender su amor, y terminó tomando el camino de la traición. Sin embargo, el hecho de haber nacido de nuevo no convierte a la persona en alguien impecable o totalmente inmune al pecado. Incluso “el que ya está bañado” puede mancharse los pies en la vida diaria; por ello, es imprescindible lavarse los pies todos los días. Este acto de lavarse los pies representa el trato con los pecados personales y la lucha espiritual diaria contra la naturaleza pecaminosa que subsiste aun después de haber sido salvados.
En Juan 13 se aprecia cómo Jesús, con su acción, rompe la jerarquía tradicional entre maestro y discípulo. En aquella época, lo habitual era que el maestro o el superior recibiera el servicio de lavar sus pies por parte de los discípulos o criados, pero aquí Jesús invierte el orden y lava los pies de sus discípulos. Para el pastor David Jang, esto manifiesta la “condición de siervo por amor” que asume Jesús con extrema humildad. De esta manera, Jesús demuestra que la verdadera autoridad y la verdadera gloria en el reino de Dios se hallan en el servicio.
Cuando Simón Pedro ve a Jesús realizar este gesto, reacciona con sorpresa y resistencia: “Señor, ¿tú lavarme los pies a mí?” (Jn 13:6). Le costaba comprender por qué Jesús, el Maestro, tomaba semejante posición de humildad. Pero Jesús le responde con firmeza: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo” (Jn 13:8). A este respecto, el pastor David Jang señala que, por muy indignos que nos sintamos ante el Señor, si rehusamos su gracia y su amor, no podremos unirnos jamás a Él. El verdadero orgullo consiste en rechazar la gracia de Dios y su ofrecimiento de limpiarnos.
Cuando Pedro, turbado, exclama: “Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (Jn 13:9), Jesús responde: “El que ya está bañado no necesita lavarse más que los pies” (Jn 13:10). En esta declaración, vemos que una persona que ha nacido de nuevo en la fe no necesita repetir su regeneración; lo que precisa es la limpieza diaria de los pecados cotidianos. El pastor David Jang vincula este pasaje con el significado del bautismo: el bautismo con agua representa externamente la realidad interior del bautismo del Espíritu Santo, que ya ha acontecido en el corazón del creyente. Aunque la tradición de la Iglesia otorga un gran valor al rito bautismal, éste en sí mismo no garantiza la regeneración. El verdadero cambio nace de la obra del Espíritu Santo, que impulsa a la persona a apartarse del pecado y a recibir la nueva vida en Cristo.
Con todo, esto no termina aquí. Quien ya se bañó necesita aun así lavarse los pies. El pastor David Jang llama la atención acerca de que el cuerpo y la naturaleza humana todavía permanecen expuestos al pecado. Incluso los creyentes que han nacido de nuevo, mientras viven en este mundo, se enfrentan a tentaciones como la codicia, el odio, los celos, la lujuria y el orgullo, corriendo el peligro de sucumbir a ellas en ciertos momentos. Por eso, es esencial un proceso continuo de lavamiento, es decir, de arrepentimiento y vuelta al Señor cada día. De lo contrario, podríamos terminar alejándonos de Él y perder nuestra comunión con Jesús, advierte el pastor.
Según el pastor David Jang, esta realidad constituye una profunda reflexión acerca de la condición existencial del creyente. Por un lado, ya hemos recibido la salvación perfecta en Cristo y, por su gracia, somos hechos hijos de Dios. Pero, al mismo tiempo, mientras vivimos en este mundo, con frecuencia cedemos a los deseos de la carne en vez de seguir al Espíritu. Citando Romanos 3:15 (“sus pies se apresuran para derramar sangre”), el pastor sugiere que nuestros pies tienen la tendencia de correr con demasiada facilidad hacia el pecado. En ese momento, nuestra tarea es ir de inmediato ante Jesús y clamar: “Señor, lava mis pies”, con un corazón que anhele la santidad.
La expresión “el que ya está bañado”, según Juan 13, abarca así dos grandes significados. Primero, que quien ha recibido la salvación tiene la dignidad de participar en el banquete de Dios, porque se le ha conferido una nueva identidad. Segundo, que esa persona, no obstante, debe lavarse los pies para mantener fresca su relación con el Señor. El pastor David Jang lo explica como dos conceptos clave: la “temeridad hacia la gracia” y la “vigilancia dentro de la gracia”. Por un lado, hemos de reflexionar profundamente en la inmensidad de la gracia de Jesús, que cubre y acoge con amor al pecador que nada merece. Por otro lado, tenemos que mantenernos siempre alertas para no menospreciar esa gracia ni abusar de ella, examinándonos continuamente a nosotros mismos. Esta tensión no debe perderse en la vida cristiana ni en la Iglesia.
Asimismo, valorar esta condición de “el que ya está bañado” y practicarse el “lavamiento diario de pies” a través del arrepentimiento tiene implicaciones no sólo para la vida devocional individual, sino también para la vida en comunidad. Lavarnos los pies mutuamente en la Iglesia implica seguir el modelo de humildad y amor que Jesús demostró. En lugar de juzgar y alejarnos cuando descubrimos la falla o el pecado en nuestro hermano, debemos acercarnos con la misma actitud de lavar los pies: con compasión, oración y amonestación fraterna. Si no cultivamos esta cultura, la Iglesia caerá rápidamente en contiendas y divisiones humanas. Tal como en la Última Cena, cuando los discípulos disputaban sobre quién sería el mayor (véase Lc 22), se pone de manifiesto la fuerza del instinto humano que prefiere dominar y escalar posiciones.
En definitiva, el pastor David Jang interpreta la frase: “El que ya está bañado no necesita lavarse más que los pies” (Jn 13:10) como una invitación a imitar el servicio y el amor de Jesús en todos los ámbitos de la vida, tanto dentro como fuera de la comunidad de fe. Aunque hemos sido ya admitidos en el banquete mediante la regeneración, sin la limpieza diaria de los pies no podemos conservar nuestra pureza. Por ello hemos de contemplar profundamente el amor de Jesús, quien se inclina a lavar nuestros pies con sus propias manos, y aferrarnos a esta gracia. De esta manera crecemos como verdaderos discípulos de Cristo.
Así, al abordar en el subtema 1 el sentido de “el que ya está bañado”, vemos la importancia de mantener equilibrados la regeneración fundamental y el arrepentimiento diario. El pastor David Jang, a través de esta verdad, exhorta a todos los creyentes a no quedarse meramente en la seguridad de la salvación, sino a proseguir lavándose los pies, para no ceder al pecado y avanzar en santidad. Además, recuerda que ese “lavamiento” no se realiza por nuestro propio poder, sino por el amor y el servicio de Jesús, al que respondemos compartiendo esa misma gracia con los demás. Cuando esto se pone en práctica, la comunidad eclesial es renovada.
2. La traición de Judas Iscariote y la indiferencia de los discípulos, y el Señor que ama hasta el fin
El pastor David Jang considera con mucha seriedad y tristeza el versículo de Juan 13:2, donde se dice que “el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que lo entregara”. El hecho de que en la Última Cena estuviera presente un enemigo pone de relieve el dramático choque entre la pecaminosidad humana y la gracia de Dios. Aunque Judas había recibido tanto amor de Jesús, no se arrepintió y se internó en el camino de la traición.
El pastor David Jang señala, primero, que la mayor meta del diablo consiste en “separar al Señor de sus discípulos”. Elegir a uno de los discípulos para que se rebele y traicione a Jesús supone para el diablo el mayor éxito. Esto sirve de advertencia acerca de lo peligroso que es el odio, la división y la desconfianza dentro de la comunidad de fe. Judas y Jesús compartían la mesa, y Jesús trató de sostenerlo hasta el último momento. Con todo, Judas rechazó esa oferta de amor y acogió la “idea que el diablo había puesto en su corazón”.
Un punto importante que destaca el pastor David Jang es que, cuando Judas concibió la idea de entregar a Jesús, los demás discípulos no se dieron cuenta de la gravedad de la situación. En Juan 13:27ss, cuando Jesús le dice a Judas “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”, los discípulos pensaron que Judas quizás iba a comprar provisiones para los pobres. Nadie imaginó que salía para traicionar a Jesús. Esa insensibilidad e indiferencia de los discípulos, que no prestaron atención al estado espiritual de Judas, contribuyó indirectamente a crear un ambiente donde se podía gestar aquella traición.
El pastor David Jang afirma que esto se asemeja a algunas situaciones en la Iglesia de hoy. Aunque externamente participemos del culto y la comunión, puede haber personas que albergan en su interior semillas de traición. Si somos insensibles y no mostramos un amor sincero que atienda el estado del alma de los demás, el diablo aprovechará esa brecha para destruir la comunidad. Por eso, la comunidad de fe ha de orar y velar los unos por los otros, atendiendo sus heridas y luchas espirituales.
Pero más sorprendente aún es que Jesús, pese a saber de antemano la traición de Judas, no lo apartó, sino que lo amó hasta el final. El pastor David Jang describe esto como “la última caricia de amor del Señor al traidor”. Judas, que participó en la Última Cena e incluso recibió el lavamiento de pies, finalmente se marchó. Desde la perspectiva humana, se trata de una traición colosal. Cuando el relato dice: “Y después de tomar el bocado, Judas salió. Era de noche” (Jn 13:30), se consuma la tragedia. Judas se adentra en la noche, en las tinieblas, y lo hace por su propia voluntad.
El pastor David Jang aprovecha este momento para advertir acerca de la gravedad de ser “entregado” o “dejado a su suerte” por Dios. En Romanos 1:24 y 1:26 aparece la expresión “Dios los entregó” (o “los dejó”), y hace referencia a aquellos que persistentemente rechazan la gracia y la llamada de Dios, hasta llegar a un punto en que se sumergen en la degradación. Judas no apartó de sí su codicia y su intención de traicionar, y desechó reiteradamente el llamado amoroso de Jesús. A la postre, se convirtió en alguien a quien Dios “dejó” en ese camino, no porque Dios sea frío o insensible, sino porque el mismo Judas rechazó la mano de Dios y acogió el engaño del diablo.
A través del ejemplo de Judas, el pastor David Jang nos recuerda la posibilidad de que nosotros también podamos caer en la tentación y recorrer un camino de no retorno. Inclusive en la comunidad cristiana pueden surgir traidores como Judas, o podemos convertirnos en uno de ellos. Lo vital es no despreciar el amor que el Señor nos brinda, para no acabar en la oscuridad espiritual.
En cuanto a la insensibilidad de los demás discípulos, el pastor David Jang hace una observación crítica: antes de la Última Cena, los discípulos estaban discutiendo entre sí, compitiendo por ver quién sería el mayor (Lc 22:24). Con una mentalidad tan centrada en sus propias ambiciones y rivalidades, eran incapaces de percibir las luchas o crisis espirituales de su compañero. Si el corazón está lleno de celos y vanidad, uno no puede comprender ni acompañar la tragedia que sufre quien se halla a su lado.
El pastor David Jang considera este pasaje como una lección que la Iglesia debe recordar. ¿Somos personas que lavamos los pies de nuestro hermano, o discutimos, igual que los discípulos, sobre quién es el mayor, mostrando indiferencia hacia los demás? Cuando en la Iglesia o en cualquier comunidad surge un conflicto o alguien experimenta una gran inestabilidad espiritual, ¿respondemos con el mismo amor con que Jesús se esforzó en retener a Judas hasta el final, o dejamos de lado a esa persona, alimentando así su caída?
Asimismo, el pastor David Jang ve un fuerte simbolismo en la expresión “Era de noche” (Jn 13:30). No sólo describe que había oscurecido, sino que es una metáfora de la oscuridad espiritual y del estado de pecado y desesperación al que se expone quien rechaza a Cristo. Tal como Judas dejó la cena y entró en la noche, cualquiera que se aparte del amor de Jesús deja de caminar en la luz y queda atrapado en las tinieblas.
En definitiva, este pasaje contrasta a Judas, a los discípulos insensibles y a Jesús que ama hasta el fin. Para el pastor David Jang, dicha tensión revela cuán profunda y grande es la compasión de Dios, y al mismo tiempo qué inquebrantable puede ser la maldad humana. Jesús quiso amar hasta a su enemigo, lavando sus pies y extendiendo su mano hasta el último momento, pero Judas rechazó ese amor. A su vez, los otros discípulos no estuvieron a la altura de ayudar o evitar la caída de Judas.
El pastor David Jang nos anima a no limitarnos a la conclusión “Judas fue un mal discípulo”, sino a percibir “nosotros también podríamos convertirnos en Judas; sin embargo, el Señor sigue sosteniéndonos”. Este relato nos confronta y, a la vez, nos consuela. Nos advierte del peligro de la traición y la división, pero nos muestra igualmente que el amor de Dios nunca deja de invitarnos al arrepentimiento. Por ende, el subtema 2 expone la posibilidad real de traición y pecado en la Iglesia y en cada creyente, a la par que subraya cuán magnífico es el amor de Cristo, que ama hasta el fin. El pastor David Jang cree que debemos leer esta historia como una seria advertencia y un llamado a la vigilancia, sin olvidar que el Señor aún hoy nos tiende su mano.
3. Jesús lavando los pies y el mandamiento de “lavar los pies los unos a los otros”
El pastor David Jang se centra en los versículos de Juan 13:4-5, donde Jesús se quita el manto, se ciñe una toalla y echa agua en una jofaina para lavar los pies de los discípulos y secarlos con la toalla. Para él, esta escena ejemplifica la verdadera autoridad en el reino de Dios. En aquel contexto cultural, el lavado de los pies era tarea de siervos o esclavos, y en la relación entre un rabino y sus discípulos, se esperaba que el discípulo pudiera lavar los pies al maestro, pero no lo contrario.
Sin embargo, Jesús se coloca en la posición de esclavo y procede a lavar uno por uno los pies de los discípulos. El pastor David Jang describe este acto con la frase: “El Rey de reyes se convirtió en el siervo de siervos”. No se trataba de una simple exhibición de cortesía, sino de la esencia de la humildad. Jesús ordena: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:14). Este es el principio fundamental de la comunidad cristiana, basada en el amor y el servicio mutuo.
El problema es que, en ese mismo momento, los discípulos seguían discutiendo sobre quién era el mayor (Lc 22:24). Para el pastor David Jang, esto describe la naturaleza pecaminosa universal del ser humano: incluso en la Iglesia, con frecuencia competimos y nos comparamos, buscando quién recibe más reconocimiento o quién ejerce más influencia. Pero Jesús, en medio de esa ambición y disputa, se arrodilla y lava los pies de sus discípulos, mostrándoles qué es en realidad el servicio, y que la verdadera autoridad se expresa en el amor humilde.
El pastor David Jang llama a esto “la libertad de ser siervo por amor”. Es decir, Jesús, aun teniendo todo el poder y la gloria, elige ejercer su autoridad mediante el servicio y no mediante la imposición. En ese acto de amor, se halla la verdadera libertad: la que nace de vaciarse de uno mismo y servir con humildad. Esta idea conecta con Filipenses 2:6-8, donde el apóstol Pablo describe cómo Jesús se despojó de sí mismo para tomar “forma de siervo”.
¿Cómo, pues, hemos de practicar este ejemplo de Jesús en nuestra vida actual? El pastor David Jang señala dos dimensiones:
Primero, en lo personal, debemos tomar nuestra cruz y aprender la negación de nosotros mismos, vaciándonos y humillándonos. Nuestros pies pueden mancharse con facilidad, y para lavar los pies de otros debemos renunciar a nuestro orgullo y ambiciones. En la Iglesia, la cruz representa esa “autonegación”. Sin el espíritu de la cruz en nuestro corazón, la Iglesia no pasa de ser un grupo de personas vanidosas. El pastor David Jang afirma contundentemente que “sin la cruz, la Iglesia termina siendo solo una reunión de orgullosos”.
Segundo, en lo comunitario, necesitamos establecer una cultura de “lavarnos los pies los unos a los otros”. Esto incluye el cuidado práctico de las necesidades físicas, pero también el aspecto espiritual de cubrir y restaurar al hermano que ha caído en pecado, orar por su arrepentimiento y acompañarlo. Si la Iglesia adopta seriamente este espíritu de “lavar los pies”, prevalecerán la reconciliación y la sanidad en vez de la condena y la vergüenza. El pastor David Jang usa la imagen de que cada creyente debe llevar “una jofaina y una toalla en el corazón” para estar siempre listo a servir al prójimo.
Al mismo tiempo, recalca la gravedad de las palabras: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo” (Jn 13:8). No se trata de que nos lavemos a nosotros mismos por nuestra propia capacidad, sino de que necesitamos la mano de Jesús para ser lavados. Incluso el que ya se ha bañado debe acudir al Señor para que limpie sus pies cuando se ensucien. Y lavar los pies a otros no significa que nosotros nos convirtamos en “el Salvador” de todos, sino que nos transformamos en canales del amor de Jesús.
El pastor David Jang subraya la importancia de este pasaje (Jn 13) cada vez que surgen conflictos y divisiones en la Iglesia, porque gran parte de esos conflictos provienen de la competencia y de la búsqueda de superioridad. Pero Jesús, en lugar de disputar, se bajó a lavar los pies de sus discípulos. Siendo Maestro y Señor, asumió la posición de un siervo. Esa es la dirección que hemos de tomar.
Nuestro mundo todavía se rige por el afán de “ser rey y gobernar”. En una sociedad orientada al éxito, al poder y a la influencia, la práctica de lavar los pies a los demás puede parecer absurda e ineficaz. Pero el pastor David Jang insiste en que, justamente en esa paradoja, se manifiestan la vida y la libertad genuinas del reino de Dios. Cuando lavamos los pies de otra persona, el amor de Jesús vuelve a hacerse presente con poder.
En particular, el pastor David Jang menciona que este mensaje del lavamiento de los pies tiene especial resonancia durante la Cuaresma y la Pascua. La Cuaresma es el tiempo de meditar en la pasión y en la cruz de Cristo, aprendiendo su camino de humildad y obediencia. “Lavaos los pies los unos a los otros” durante la Cuaresma no es sólo un rito, sino un llamado a la práctica del arrepentimiento, el servicio y la comunión real. Por su parte, la Pascua celebra la victoria de Cristo en la resurrección, que demuestra que la abnegación y el sacrificio no acaban en derrota, sino que se transforman en triunfo glorioso. Según el pastor David Jang, el lavamiento de los pies, por muy pequeño que parezca, está conectado con la realidad de la resurrección, pues el mundo lo ve como locura, pero en ese servicio nace la verdadera libertad y alegría.
En conclusión, el relato del lavamiento de los pies (Jn 13:2-11), en la interpretación del pastor David Jang, refleja la esencia de la Iglesia y la identidad cristiana. Primero, el que ya está bañado (la persona regenerada) no debe olvidar la necesidad del arrepentimiento diario para limpiar sus pies. Segundo, la traición de Judas y la indiferencia de los discípulos demuestran la peligrosidad del pecado, la desconfianza y la falta de amor en la comunidad. Tercero, la acción de Jesús al lavar los pies indica que el amor auténtico se expresa haciéndose siervo, y que sólo así se alcanza la verdadera alegría y comunión.
El pastor David Jang concluye preguntándonos si hoy estamos dispuestos a lavar los pies de aquellos que nos resultan como “enemigos” o de las personas más difíciles de servir dentro de la comunidad. Jesús lavó incluso los pies de Judas, ¿y nosotros a quién lavamos los pies? ¿Nuestra confesión de fe se reduce a meras palabras sobre el amor, o se traduce en la humildad de servir a nuestros hermanos? Respondamos con sinceridad a esta interrogación, pues de ello depende que la Iglesia sea realmente la Iglesia de Cristo y que los cristianos vivan como verdaderos discípulos.
En última instancia, el mandamiento “lavaos los pies los unos a los otros” es tan elevado como asombroso. Jesús, consciente de nuestra impotencia para cumplirlo, primero nos lavó los pies a nosotros. Y cada día sigue limpiando nuestros pies cuando se ensucian. Gracias a ese amor, podemos compartir su gracia y su fragancia con los demás, lavándoles los pies también. Aquí radica la misión y la razón de ser concreta de la Iglesia.
Así, en el subtema 3 se exalta el significado espiritual y práctico de “lavar los pies” como un acto de amor. El pastor David Jang enfatiza que seguir la enseñanza de Jesús en Juan 13 es el camino hacia la renovación de la hermandad en la comunidad y, a la vez, un testimonio tangible del amor de Cristo en el mundo. Aunque parezca una pequeña acción, en ella se encierra el gran poder que hace presente el reino de Dios. Al final, este sendero de lavar los pies nos conduce a la Pascua, a la mañana de la resurrección, y es el sendero del peregrino que sigue los pasos de Cristo en su humildad y entrega.
Si resumimos la perspectiva del pastor David Jang, el capítulo 13 de Juan pone de manifiesto la importancia del arrepentimiento permanente en quienes ya han recibido la salvación, la necesidad de estar alerta ante el pecado y la división que pueden surgir en la Iglesia, y la invitación a encarnar el amor humilde de Cristo, que se ciñó una toalla y lavó los pies de sus discípulos. Tal es la plenitud de la gracia, la verdad y el amor que Jesús nos legó. Meditando y practicando a diario esta enseñanza, el creyente que ya ha sido “bañado” disfrutará más profundamente de la riqueza de la salvación, mientras la Iglesia crece en servicio mutuo y unidad.