
1. La oración en Getsemaní y la soledad de Jesucristo
El pastor David Jang ofrece una profunda reflexión acerca de la soledad de Jesucristo y Su oración en el Huerto de Getsemaní. Comienza centrándose en el pasaje de Marcos 14:32-42, que describe de forma vívida la situación y el sentir de Jesús al enfrentar la inminencia de la cruz, un sufrimiento extremo. En este relato, el Señor declara: “Mi alma está muy angustiada, hasta el punto de la muerte”, y ruega postrado en tierra, mientras Sus discípulos duermen incluso en medio de tal urgencia. El pastor David Jang enfatiza que Jesús es el “verdadero modelo de oración”, pero no solamente mostrando “confianza osada”, sino también expresando “clamor y lágrimas” (He 5:7), la más profunda angustia humana y el temor que acompaña esa oración.
Durante Su ministerio, Jesús obró numerosos milagros, expulsó demonios, sanó a enfermos y proclamó el Reino de Dios. Los discípulos, que habían presenciado tantas veces Su poder, quizá creyeron que, si Él lo deseaba, podría evitar cualquier sufrimiento. Pero tal como señala David Jang, Jesús no elige “evitar el sufrimiento por medio de Su poder”, sino que, a través de una “obediencia total”, revela que había escogido este camino. En el texto, Su oración expresa: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti…” (Mr 14:36), confiando en que Dios “no tiene nada imposible”, pero al mismo tiempo se cierra con la sumisión: “Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Para el pastor David Jang, aquí radica el punto más bello y sublime de la oración de Jesús.
Aunque la oración de Jesús refleja Su humanidad, con temor y flaqueza, es precisamente esa combinación de debilidad humana y confianza en la soberanía absoluta de Dios la que produce una “obediencia completa”. Muchas veces, en la vida de fe decimos que queremos “obedecer la voluntad de Dios”, pero cuando el sufrimiento o el temor nos golpean de verdad, se nos hace muy difícil soportarlo. Sin embargo, saber que el mismo Jesús, ante la cruz, oró: “Pasa de mí esta copa”, nos enseña a reconocer tal cual nuestra propia debilidad. Y finalmente, al asumir la voluntad del Padre, el pastor David Jang ve en esta oración solitaria de Jesús una enseñanza esencial para todo creyente.
Según la explicación del pastor David Jang, la oración en Getsemaní no se limita a un mero relato histórico que cuenta que “Jesús sufrió mucho justo antes de morir”. Es también un momento simbólico donde el Mesías (el “Ungido”) asume plenamente el padecimiento que Le corresponde. El significado del nombre “Getsemaní” es “prensa de aceite”, y así como las aceitunas son trituradas para extraer el aceite, Jesús experimentó un dolor extremo en cuerpo y alma para volverse el “rescate en favor de muchos” (el precio que paga por los pecadores). Según la Biblia, cuando en Israel se coronaba a un rey, profetas o sacerdotes derramaban aceite sobre su cabeza como símbolo de la realeza y de la misión de guiar al pueblo. Sin embargo, Jesús, aunque sí es Rey, no accedió inmediatamente al trono de honra y gloria, sino que primero escogió el sufrimiento y la muerte, idea que el texto da a entender.
Cuando en el templo de Jerusalén se ofrecían corderos para la Pascua, se derramaba su sangre, que corría por el arroyo de Cedrón tiñendo de rojo el cauce. Jesús y Sus discípulos, tras la última cena, cruzaron aquel arroyo de Cedrón para dirigirse al Huerto de Getsemaní. El pastor David Jang describe esta escena como “el Salvador cruzando el arroyo teñido de sangre, con paso solitario”, subrayando que Jesús ya sabía que Su propia sangre habría de derramarse como la de los corderos, y que meditaba en el significado desgarrador de esa muerte mientras avanzaba paso a paso. Entre tanto, los discípulos, que deberían haber caminado con Él en esa hora, entraron cantando en Getsemaní, y lejos de reafirmar su compromiso, terminaron sumidos en el sueño, realzando aún más la soledad de Jesús.
Según el pastor David Jang, la soledad de Jesús no se debía meramente a un “sentimiento de traición”. Por supuesto, Judas, uno de los Doce, tramaba ya entregarlo, y el resto, sin entender en absoluto el sufrimiento de su Maestro, dormían, hasta que Jesús, con un reproche triste, les dice: “¿Ni una hora habéis podido velar?” (Mr 14:37). Pero la verdadera razón de la soledad de Jesús era la de un Siervo obediente que debía someterse voluntariamente a la voluntad de Dios. Él cargaba una misión irrepetible, en la que no podía renunciar a la obediencia. No necesitaba el apoyo o la comprensión de la gente para cumplirla, y por ello, pese al abandono, no se rindió.
El pastor David Jang añade que esta soledad se enmarca en un proceso que recorre toda la vida de Jesús. Desde el inicio de Su ministerio, Jesús fue incomprendido por algunos, recibió una excesiva acogida por otros, y sufrió el rechazo de los líderes judíos de Su propia nación. Ni siquiera los discípulos reconocieron de corazón a Jesús como el verdadero Mesías antes de la cruz, y no comprendían en su totalidad el valor del Reino de Dios que Él proclamaba. Aunque en apariencia respondían “amén” a Sus enseñanzas, su reacción interna no estaba a la altura de la esencia del mensaje. Ni siquiera captaron cabalmente los anuncios de la pasión de Jesús, o los interpretaron de manera superficial. Todo esto se concentra de forma más evidente en la escena de la oración en Getsemaní.
Jesús tomó consigo a tres discípulos (Pedro, Jacobo y Juan) para que estuvieran más cerca. Según los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), estos tres fueron testigos también del episodio de la Transfiguración. El pastor David Jang sostiene que el motivo por el cual los escogió no era tanto que fueran “más valientes” o “más fieles”, sino que quiso mostrar Su dolor más profundo a aquellos que, de algún modo, podrían atestiguarlo. Sin embargo, mientras Jesús oraba hasta sudar grandes gotas de sangre (Lc 22:44), estos discípulos se durmieron. Podría pensarse que no fue solo sueño físico, sino incapacidad de enfrentar el “sufrimiento extremo” de Jesús, a quien seguían y en quien creían. De hecho, en el momento en que Jesús más los necesitaba para “velar y orar”, ellos cayeron en sueño, demostrando su profunda debilidad. El pastor David Jang lo interpreta como la confirmación de que “el camino de Jesús es, en verdad, un camino solitario”, pero que en medio de esa soledad, Jesucristo se aferra al Padre en oración y no abandona Su misión.
Otro elemento importante es que Jesús dijo a Pedro: “Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces” (Mr 14:30). Pedro proclamaba con su propia convicción que jamás negaría a Su Maestro, aunque tuviera que morir. Sin embargo, como explica el pastor David Jang, esta historia demuestra la diferencia entre la “determinación humana” y la “sumisión a la voluntad de Dios”. Pedro se confiaba a sus fuerzas y decía que “daría la vida por el Señor”, pero no fue capaz de sostenerse en la hora de la prueba, cuando Jesús oraba en Getsemaní. Ante la inminente captura de Jesús, Pedro sintió terror y huyó, llegando a decir tres veces que no Lo conocía.
Así, a través de la oración de Jesús en Getsemaní, contemplamos simultáneamente dos realidades: por un lado, Su debilidad humana, que Le hace sentirse “muy asustado y afligido”, y por otro, Su fortaleza para enfrentarse a la cruz al declarar: “Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mr 14:36). El pastor David Jang señala que esta fusión de ambos rasgos representa la esencia de la persona y la obra de Jesús. La verdadera valentía en la fe no nace de la “insensibilidad humana” ni de la “simpleza mental”, sino de la “obediencia que se rinde a la voluntad de Dios, aun enfrentando el sufrimiento”.
Solemos pensar que “si uno tiene fe, no teme al sufrimiento”. Sin embargo, el pastor David Jang explica que Jesús sintió temor al sufrimiento, mas escogió vencer ese temor. Ese camino fue “derramar todo ante el Padre en oración y, luego de levantarse, andar hacia la cruz”. También lo define como un “camino solitario”, pues nadie más podía recorrerlo en Su lugar: era un trayecto que solo Jesús podía asumir personalmente. El pastor David Jang exhorta a que, cuando también nosotros sintamos que atravesamos valles de soledad, recordemos cómo oró Jesús. Cuando todos duermen, cuando quienes debían acompañarnos desaparecen, seguir el ejemplo de Jesús y clamar “Abba, Padre”, confiándole todo y sometiéndonos a Su voluntad, es el modelo supremo para los creyentes.
En el Evangelio de Juan no aparece descrita de forma directa la oración en Getsemaní. En su lugar, Juan dedica los capítulos 13 al 16 a la Última Cena y al discurso de despedida, y el capítulo 17 contiene la larga “oración sacerdotal”, para luego describir la captura de Jesús a partir del capítulo 18. El pastor David Jang explica que la razón es que, en la perspectiva de Juan, la decisión de Jesús de entregar Su vida ya se había revelado durante la cena (Jn 13:1 y ss.). Mientras que los sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) focalizan la “angustia interna” de Jesús en Getsemaní, Juan resalta que ya antes Jesús había definido Su pasión como “Su hora de gloria” (Jn 13:31). No obstante, es en Marcos 14 donde vemos de manera nítida la intensidad del clamor y las lágrimas de Jesús, ofreciéndonos la “otra cara” de Su determinación. Por ello, el pastor David Jang enseña que podemos ver ambos relatos de manera complementaria.
En síntesis, el relato de la oración en Getsemaní no se limita a exaltar únicamente la “plena divinidad de Jesús”, sino que expone Su humanidad sufriente, aclarando con fuerza la clase de determinación que impulsó Su sacrificio. Ese dolor y temor, finalmente, se elevan en una confianza absoluta en el Padre, conduciéndolo con pasos firmes a la cruz. Tal como recalca el pastor David Jang, a través de esta historia entendemos cuán difícil y a la vez cuán bella es “la obediencia a la voluntad de Dios”. En Jesús se unen el deseo humano de “apartar esa amarga copa” y la decisión espiritual de “que se cumpla la voluntad del Padre”. Lo mismo deberíamos aprender nosotros ante el sufrimiento y la angustia: orar no para que se haga “mi voluntad”, sino “la voluntad de Dios”.
Además, el pastor David Jang sostiene que el episodio de Getsemaní no es un mero suceso de una noche lejana en Jerusalén. Hoy día, sigue siendo aplicable a cada creyente. Cuando nos toca tomar decisiones, o enfrentar pruebas y sufrimientos inesperados, también se nos “exige la oración de Getsemaní”. Esa oración no es simplemente “Dios, dame fuerzas”, sino, al igual que Jesús, manifestar honestamente nuestras debilidades y temores, y a la vez suplicar: “Hágase Tu voluntad”. El pastor David Jang observa que “en la noche más solitaria de la vida, cuando parece que nadie está a tu lado, es el momento de clamar ‘Abba, Padre’ y levantarse con el poder del Espíritu”. Este es el sendero santo que Jesús inauguró y el cual hemos de seguir.
Por otra parte, la soledad de Jesús en Getsemaní es considerada una “decisión necesaria para nuestra salvación”. El Hijo de Dios no necesitaba experimentar tanto dolor y abandono si no hubiera sido imprescindible. Pero el pastor David Jang enfatiza que fue precisamente “para salvar a los pecadores” que Jesús no evadió este camino. Por mucho que tratemos de empatizar con Su sentir, es casi imposible comprender plenamente esa “obediencia hasta la muerte” que vivió. Sin embargo, la Biblia nos la describe detalladamente, y el Evangelio de Marcos nos muestra su clamor y sudor desgarradores, mientras siervos de Dios como el pastor David Jang continúan explicándolo para que recordemos la profundidad de Su amor y, al mismo tiempo, aprendamos de esa “obediencia solitaria” en nuestras propias vidas.
Finalmente, la oración en Getsemaní concluye con Jesús declarando: “Ha llegado la hora; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos” (Mr 14:41-42). El pastor David Jang lo define como el “avance sagrado” de Jesús y el inicio de la redención que trasciende Su soledad. La voz de Jesús, que dice “vamos”, expresa tanto Su decisión personal como una invitación a unirse a ese camino de sufrimiento. Así se manifiesta el sentido de “caminar juntos”. Si bien los discípulos terminaron dispersándose, y el Señor cargó la cruz en soledad, tras la resurrección y la venida del Espíritu Santo, los discípulos lo siguieron y la Iglesia siguió transmitiendo “el camino del sufrimiento y de la gloria”. El pastor David Jang concluye que aún hoy, la Iglesia y cada cristiano debemos “velar y orar” al estilo de Getsemaní. De este modo, al participar del sufrimiento y soledad que Él soportó, nos acercamos al cumplimiento de la voluntad de Dios.
2. La debilidad de Pedro y los discípulos, y el camino del discípulo
Tras la escena de Getsemaní, el pastor David Jang examina la segunda parte de Marcos 14, donde se muestra a Pedro y a los demás discípulos. A partir de Marcos 14:50, vemos cómo, una vez apresado Jesús, los discípulos huyen y Pedro Lo niega tres veces. Luego, Marcos 14:51-52 menciona a “un joven que Lo seguía con una sábana” y que, al intentar ser capturado, abandonó la sábana y huyó desnudo. Muchas interpretaciones sostienen que ese joven es el propio Marcos, autor del evangelio. David Jang resalta que el hecho de que Marcos haya incluido su propia cobardía y temor confirma la honestidad y viveza del relato evangélico.
En realidad, todos los discípulos habían prometido estar con Jesús hasta el final. Pedro, en particular, proclamó: “Aunque todos te dejen, yo no lo haré” (Mr 14:29). Pero finalmente, esa determinación fracasó, y sus palabras resultaron vanas. Esto no expone un defecto aislado de Pedro, sino la “fragilidad” de todo ser humano. El pastor David Jang explica que muchos decimos: “Nunca negaré al Señor”, pero en cuanto la presión o el peligro real nos amenazan, nuestro instinto nos empuja a huir. Por muy profunda que parezca nuestra fe, podemos sucumbir ante el ataque de Satanás y las presiones del mundo.
Sin embargo, la enseñanza principal no se detiene ahí. Los evangelios relatan que, tras negar a Jesús, Pedro prueba la amargura y luego se arrepiente, siendo restaurado como discípulo (Juan 21 describe cómo el Resucitado restaura a Pedro). Según el pastor David Jang, esta escena retrata de manera simbólica cómo “discípulos débiles” pueden ser instrumentos útiles para el Señor, pese a su flaqueza. Dormir en Getsemaní, huir al arresto de Jesús y hasta traicionarlo o negarlo parecen actos deplorables, pero el Jesús resucitado volvió a ellos y no los desechó para siempre. Es decir, su fracaso no fue definitivo, y discípulos cobardes se transformaron en grandes apóstoles. El pastor David Jang llama a esto “la gracia que exhibe el evangelio: el amor del Señor es más grande que nuestro fracaso”.
Un caso especial es el del “Marcos” autor del Evangelio. El pastor David Jang otorga gran importancia al hecho de que registrara en su libro el vergonzoso episodio de Marcos 14:51-52. Normalmente, alguien querría ocultar tal debilidad, pero el evangelio la expone sin rodeos, enfatizando la idea: “Los humanos somos así de frágiles, pero Jesús no nos desecha”. Marcos siguió a Jesús cubierto solo con una sábana, mostrando su deseo de no alejarse, pero, cuando el peligro lo amenazó, salió huyendo desnudo, testimoniando su pánico. Al incluir este episodio, se acentúa aún más el peso de la cruz, pues “hasta quienes estaban más cerca reaccionaron con cobardía”. En consecuencia, se subraya la soledad de Jesús y Su sacrificio.
El pastor David Jang ve en esto una lección central. “¿Acaso llegaría tan profundamente a nuestro corazón la obediencia solitaria de Jesús sin la falla de Sus discípulos?” pregunta. Ellos, que después del Libro de los Hechos aparecen renovados por la fuerza del Espíritu Santo, liderando el despertar espiritual, tenían como punto de partida “una traición vergonzosa”. En ello se hace patente la fuerza del evangelio y la gracia de Cristo: la fe no se otorga por “ser personas impecables”, sino a aquellos que reconocen su insuficiencia y reciben el amor y el perdón de Dios.
Con este fundamento, el pastor David Jang insiste en que “también nosotros, en medio de nuestra debilidad, podemos negar a Jesús o fallarle, pero ese fracaso no es el fin”. Si nos arrepentimos y regresamos a Él, Dios puede levantarnos y usarnos como testigos de Su evangelio. Este mensaje no se limita a los discípulos de hace dos mil años, sino que sigue vigente. Podemos, como Pedro, decir un día “daré mi vida por Ti” y luego, en la práctica, no orar y sucumbir a la tentación. Lo crucial es que, así como Jesús restauró a Pedro, nosotros también podemos ser levantados para “confirmar a nuestros hermanos” (Lc 22:32).
El pastor David Jang destaca que “Dios no nos rechaza en nuestras caídas; Él conoce nuestra fragilidad y nos vuelve a levantar”. Cuando Pedro lloró amargamente y más adelante el Señor le preguntó tres veces “¿me amas?” (Jn 21), Pedro fue restaurado igual número de veces. Este relato revela que “no hay vida que concluya en el fracaso”. Si lo reconocemos y nos volvemos a Dios, Él puede transformar incluso nuestros errores en un testimonio poderoso. Así pues, del mismo modo que Marcos y Pedro, también nosotros podemos retornar al Señor, y participar de la victoria lograda en Su resurrección.
Por otra parte, la debilidad de los discípulos recalca la soledad “total” con la que Jesús cargó Su cruz. Es un hecho único en la historia, en el que Jesucristo llevó a cabo el sacrificio más definitivo y no delegable. Aunque con Él cruzaron el arroyo de Cedrón y llegaron a Getsemaní, y algunos estuvieron con Él físicamente, a la postre, “en el momento más extremo, Jesús estaba solo”. El pastor David Jang explica que aquí se muestra la esencia de la salvación: “por más que queramos ayudar en algo, ante el problema del pecado nadie puede salvarse a sí mismo; solo Jesús puede hacerlo y Lo hace completamente en soledad”.
Esto deriva en una paradoja en el camino cristiano. Por un lado, escuchamos el llamado de Jesús a “caminar juntos” y formamos parte de la Iglesia; pero por otro, se nos pide “tomar cada uno su cruz”. Ni siquiera la intercesión o el consuelo ajenos bastan completamente, pues llega un punto donde hace falta mi “determinación individual”. El pastor David Jang recuerda: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16:24), y ve en la imagen de los discípulos dormidos en Getsemaní un símbolo de esa realidad espiritual: “al final, no queda más remedio que cargar nuestra cruz personal, enfrentando todo tipo de tentaciones que nos adormecen y aplastan”. Por ello es fundamental “velar y orar”, pues quien confíe solo en sus fuerzas acabará, como Pedro, negando al Señor con facilidad.
Entonces, ¿cuál es la salida ante el fracaso? El pastor David Jang insiste una y otra vez: “Aprendamos de la oración de Jesús”. Jesús clamó: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa. Sin embargo, no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Mr 14:36). Del mismo modo, hemos de acudir al Padre con total confianza. Para el pastor David Jang, “esta es la oración que los discípulos debieron aprender con urgencia; y así también nosotros”. Aunque en ese momento fallaron, con el tiempo, recibieron la plenitud del Espíritu y dieron la vida por el evangelio. La Biblia demuestra repetidamente que “quien ha sido confrontado con su propio dolor o fracaso y luego se ha arrepentido, queda fortalecido más que aquel que nunca cayó”.
David Jang valora la franqueza con que el evangelio cuenta la debilidad de Pedro, Marcos y los demás discípulos, pues esa autenticidad nos da esperanza hoy. Si la Escritura contara que “los discípulos siempre fueron ejemplares y nunca traicionaron al Maestro”, no habría modo de identificarnos. Pero el testimonio bíblico refleja sinceramente su miseria, a la vez que resalta que Jesús los restauró. Por lo tanto, “en el lugar donde se revela la debilidad, entendemos cuán grande es la gracia de Cristo”.
El pastor David Jang sintetiza este punto diciendo que nos muestra “el camino de la fe”. Convertirse en cristiano no significa “ser perfecto y no fracasar jamás”. Más bien, cuando tropezamos y descubrimos nuestros límites, se abre el espacio para confiar plenamente en Jesús. Como Pedro, podemos prometer con firmeza “iré hasta el fin contigo, Señor”, pero al final caer. Sin embargo, el amor de Jesús no cambia. El Señor resucitado buscó a Pedro y le encomendó: “Apacienta mis ovejas”. No fue una restauración reservada a Pedro, sino un mensaje de consuelo y misión para todo creyente de todas las épocas.
En Getsemaní se vislumbra la soledad de Jesús y la debilidad de los discípulos, y a la vez se nos desafía a descubrir lo que significa ser verdaderos discípulos. No basta con decir “Señor, nunca te negaré”; el verdadero discípulo es quien, aunque se haya caído, ora: “Señor, ten compasión de mí y levántame”, y regresa a Su lado. David Jang define esto como “la historia del evangelio y la pauta repetitiva de la vida de fe”. Cada uno puede caer y exponer su debilidad, pero si recordamos la oración de Jesús en Getsemaní y la historia de la caída y restauración de Pedro, podremos retomar de nuevo nuestro camino de discípulos. “Aunque caigamos diez veces, si nos levantamos once”, no por fuerza humana, sino porque “el Señor nos sostiene”, la gracia del evangelio se despliega.
En este sentido, el pastor David Jang invita a que, cuando se evidencien debilidades dentro de la iglesia, en lugar de juzgarnos unos a otros, reconozcamos que “yo también soy uno de esos débiles” y nos consolemos mutuamente. Si, cuando Pedro fracasó, los demás discípulos hubieran reaccionado con acusaciones, habría sido una actitud ajena al evangelio. Jesús unió a Sus discípulos, impulsándolos a mirar sus propias faltas, y luego, en el Libro de los Hechos, vemos a la iglesia primitiva como un cuerpo que se ama, ora, comparte los bienes, y levanta a los hermanos caídos. Este es el espíritu de “caminar con Cristo”. Después de la crucifixión, la resurrección y el Pentecostés, aquellos discípulos dormidos en Getsemaní terminaron convertidos en una comunidad “despierta en la oración”.
Por ello, en la lectura del pastor David Jang, Marcos 14 muestra a un Jesús que afronta en soledad una noche de angustia, y a unos discípulos que exponen su vergonzosa debilidad, de la que se puede derivar la siguiente enseñanza: Primero, el camino de Jesús, desde el inicio hasta la consumación, fue una “senda solitaria”, la de un Salvador que cargó la copa del rescate por los pecadores. Segundo, los discípulos, incapaces de acompañarlo y que Lo traicionaron o huyeron, fueron a la postre perdonados y transformados. Esto significa que ni siquiera nuestra peor debilidad escapa al plan redentor de Dios. Tercero, con esta historia de “cruz y restauración”, podemos inspirarnos a clamar en nuestras propias crisis: pensar en la oración de Getsemaní, caer en la cuenta de nuestra fragilidad y volver a levantarnos.
Toda esta trayectoria, para el pastor David Jang, se resume en “la obediencia total revelada en la oración de Jesús en Getsemaní, y la obra salvadora que procede de ella”. Jesús define la vía de la cruz como “Su gloria”, y Su victoria se extiende aun cuando los discípulos se dispersan. Luego, el resucitado dice: “Vamos juntos”, y de esta manera los vuelve a reunir, invitándolos a participar en Su camino. Así la Iglesia de todos los tiempos, respondiendo a esa llamada, aprende a llevar su propia cruz y a no perder la esperanza, pues es una “comunidad de resurrección”. Y en medio de cualquier sufrimiento, pronunciar “Abba, Padre” y “hágase Tu voluntad” es el espíritu genuino del cristianismo, lección evidente en Marcos 14, donde vemos tanto el llanto de Jesús como el fracaso de los discípulos, manifestando cuán real y dramáticamente florece la fe en la vida humana.
Contemplando la oración de Getsemaní y la debilidad de los discípulos, entendemos que la noche en que Jesús oró no fue solo “Su sacrificio personal”, sino un evento que abarca “el sufrimiento y la salvación” de todos nosotros en el gran plan de Dios. Tal como expresa David Jang, “el momento de mayor clamor de Jesús fue, a la vez, el instante en que más plenamente se reveló el amor del Padre”. Y la somnolencia, la traición y la huida de los discípulos exhiben la “naturaleza pecaminosa” del ser humano, demostrando que nadie podría salvarse sin la obra de Cristo. Sin embargo, el desenlace de la resurrección nos llena de esperanza. Pedro, que tanto confió en sí mismo y fracasó, se convirtió luego en un pilar de la Iglesia. Así también, cualquiera de nosotros puede volver a levantarse y seguir a Cristo, incluso si antes huimos de Su lado.
La oración de Getsemaní parece una cumbre de soledad y tragedia, pero, tal como indica el pastor David Jang, anuncia la “nueva aurora del Reino de Dios”. Porque gracias a esa oración, Jesús dio el paso hacia la cruz, y esta, a su vez, abrió la puerta de la resurrección. Aunque los discípulos durmieron esa noche, después de la resurrección y la venida del Espíritu Santo, se “despertaron” y se hicieron verdaderos discípulos. Nosotros, igualmente, podemos escuchar hoy el mandato de “velad y orad” evocando Getsemaní. Aunque nuestro camino sea menos duro que el de Jesús, o aunque sea más difícil de lo que podamos soportar, el camino solitario que Él recorrió “lo hizo por nosotros” y a la vez “nos llama a caminar con Él”.
Esa es la esencia de lo que el pastor David Jang llama “caminar con Cristo”. Si bien Jesús oró solo en Getsemaní, Su oración era también “intercesión” a favor nuestro. Los discípulos se durmieron, pero fueron restaurados y se convirtieron en valiosos instrumentos del Reino de Dios. Del mismo modo, cuando confesamos: “Señor, quise estar despierto, pero me he dormido”, podemos recibir el poder que nos levanta. Así, cada año recordamos la Cuaresma y la Pascua, no como simples celebraciones, sino para comprobar que esta salvación, forjada en la obediencia solitaria, sigue siendo viva y actual. El pastor David Jang finaliza remarcando que es en Getsemaní donde se inicia “el camino de la gracia”, el cual Jesús anduvo hasta la cruz y completó con Su resurrección.
A menudo, en sus prédicas, el pastor David Jang se pregunta: “Si yo hubiera estado esa noche junto a Jesús, ¿qué habría hecho?”, y reconoce: “Seguramente, también me habría dormido y huido”. Con ello recalca que la condición humana no difiere de la de los discípulos. Pero precisamente por eso necesitamos más la “gracia de Cristo”. Jesús fue fiel y perfecto en nuestro lugar, de modo que, pese a nuestras caídas, podemos hallar esperanza. Por esta razón, según David Jang, el episodio de la oración en Getsemaní conserva hoy día una relevancia absoluta.
“Caminar con Cristo” no implica un sendero llano, sin sufrimientos ni pruebas. Es el camino de la cruz que Jesús transitó, llorando y orando con gran angustia en Getsemaní, el cual se convirtió en la ruta de la salvación. Aunque los discípulos fracasaron en acompañarlo, se levantaron tras Su resurrección, y cada uno tomó su cruz. Así pues, el camino del discípulo no acaba con la caída, sino que continúa al volver los ojos a Jesús. Aunque la soledad de Jesús fue total, de ella brotó la salvación para el mundo entero, y llamó de nuevo a aquellos discípulos débiles para transformarlos en Sus siervos.
A lo largo de esta historia, el pastor David Jang nos remite constantemente a la oración “Abba, Padre” de Jesús, que encierra confianza y amor. El hecho de que podamos dirigirnos a Dios como “Abba, Padre” se debe a que Jesús obedeció plenamente hasta la muerte, abriéndonos el camino de la adopción como hijos de Dios. Por esa gracia, incluso el discípulo que fracasa, el que duerme, el que huye desnudo, puede volver a la comunidad y despertar en la oración. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”: esta confesión representa la esencia del evangelio, abarcando cruz y resurrección, y es la clave de nuestra victoria y restauración. Como dice David Jang, “podemos venirnos abajo, pero gracias a la obediencia de Jesús se abrió para nosotros un camino infinito de gracia”. La larga noche en Getsemaní fue el lugar donde empezó ese camino.
También en nuestras vidas se dan situaciones similares. Al enfrentar pruebas incomprensibles, injusticias o miedos, pedimos: “Aparta de mí esta copa”. Es entonces cuando volvemos a la senda de Jesús en Getsemaní. Aunque nos sintamos sin aliento o avergonzados por nuestros fracasos, si creemos en la gloria de la cruz y la resurrección, podemos ponernos en pie una vez más. Porque Jesús anduvo ese camino y transformó incluso el fracaso de Sus discípulos en algo nuevo. Todo parte de la confianza absoluta en la soberanía y el amor de Dios, y se condensa en la “oración de Getsemaní”. El mensaje del pastor David Jang es claro: “El camino para vivir en comunión con el Señor consiste en repetir esa oración en cada aspecto de la vida”. Y en esa repetición, al igual que los débiles discípulos, vamos cobrando fortaleza en la voluntad de Dios.
En definitiva, el suceso de la oración en Getsemaní, recogido en Marcos 14, junto con la soledad extrema de Jesús y la debilidad de Pedro y los discípulos, pone de relieve lo valiosa que es la gracia que nos invita a una “nueva oportunidad”. Aquella noche de agonía no terminó en tragedia, sino que se transformó en el inicio de la redención, anunciada por las palabras: “Levantaos, vamos” (Mr 14:42). A partir de la cruz y la resurrección, nació la Iglesia, y el pastor David Jang enseña que nosotros también tenemos que entrar en Getsemaní “velando y orando”. Al compartir los padecimientos y la soledad que Él soportó, aprendemos a discernir y cumplir la voluntad de Dios.
Así, la oración en Getsemaní, unida a la debilidad de Pedro y de los discípulos, ilumina el corazón mismo del evangelio. Por un lado, la soledad de Jesús nos recuerda qué significa realmente “la obediencia total”; por otro, la caída de los discípulos atestigua que “incluso los más frágiles pueden ser restaurados por la gracia de Dios para llegar a ser instrumentos de Su Reino”. Nuestros fracasos no determinan un fin definitivo. Jesús siempre abre de nuevo el camino. Por eso, el mayor privilegio para el creyente es “entrar en Getsemaní con el Señor para orar”, y allí, abandonar “mi propia voluntad” para acoger “la voluntad del Padre”. Este es el eje central que David Jang ha venido recalcando como la esencia de “caminar con Cristo” y la razón por la que, para nosotros, la noche de Getsemaní sigue viva.
En conclusión, contemplar la oración de Getsemaní y el traspié de los discípulos nos permite ver que la noche de la cruz no se reduce al sacrificio de Jesús, sino que abarca el “sufrimiento y la salvación” de todos, dentro del inmenso plan divino. “El momento de mayor clamor de Jesús” fue también el de “mayor revelación del amor del Padre”, como dice David Jang. Aquellos que debían acompañarle se durmieron y huyeron, ilustrando nuestra naturaleza pecadora y dejando claro que sin la obra de Jesús no hay salvación. Pero la resurrección nos da esperanza: el propio Pedro, que un día presumió de su fidelidad y luego cayó estrepitosamente, se levantó para ser un líder de la Iglesia. Igualmente, aunque estemos agobiados por culpa o tengamos un historial de huida, existe la senda de la reconciliación y el seguimiento de Cristo.
Por lo tanto, la oración de Getsemaní, lejos de ser el clímax de la tragedia, es para David Jang un anuncio de la “aurora del Reino”. Pues en esa oración, Jesús decidió ofrecerse en la cruz, y la cruz abrió la puerta a la resurrección. Los discípulos durmieron, pero con la resurrección y el Pentecostés “despertaron”, y nosotros podemos hacer lo mismo al recibir la exhortación de “velad y orad”. Independientemente de si nuestras pruebas son grandes o pequeñas, Jesús ya recorrió el camino solitario “por nosotros” y nos invita a “caminar con Él”.
Esto es, según el pastor David Jang, el verdadero significado de “caminar con Cristo”. Jesús oró en Getsemaní en soledad, pero Su oración intercedía por nosotros. Aquellos discípulos que se durmieron fueron restaurados y enviados a predicar el evangelio. Hoy, cuando reconocemos: “Señor, quise velar, pero me dormí”, recibimos también Su poder restaurador. Cada año, al conmemorar la Cuaresma y la Pascua, no celebramos fechas, sino la realidad de esta salvación. El pastor David Jang concluye que fue en Getsemaní donde se inició el “camino de la obediencia solitaria”, que culminó en la cruz y la resurrección.
A menudo él se pregunta cómo habríamos actuado nosotros aquella noche, y responde que seguramente igual que los discípulos. Pero, precisamente por eso, el evangelio nos muestra cuánto necesitamos la gracia de Cristo. Jesús fue perfecto en nuestra representación, y por ello tenemos esperanza incluso después de caer. Tal es la razón por la que el relato de la oración en Getsemaní conserva total relevancia para los creyentes de hoy.
“Caminar con Cristo” no es un viaje exento de dolor. Es la senda de la cruz que Jesús abrazó, llorando y clamando al Padre en Getsemaní, y que logró la salvación. Aunque los discípulos no supieron acompañarlo, luego se convirtieron en testigos de Su resurrección y llevaron sus propias cruces. Así, el camino del discípulo no termina al caer, sino que continua en la decisión de alzar la mirada hacia Jesús. Su soledad fue absoluta, pero produjo la redención para toda la humanidad, y en esa soledad Jesús volvió a llamar a discípulos tan débiles para transformarlos en Sus siervos.
A lo largo de este proceso, el pastor David Jang realza la importancia de la oración de Jesús: “Abba, Padre”, plena de confianza y amor. Solo podemos llamar “Abba, Padre” a Dios porque Jesús, mediante Su obediencia hasta la muerte, abrió para nosotros el acceso a la filiación divina. Esa gracia posibilita que, incluso el discípulo fracasado o dormido, como el que huyó desnudo, retorne a la comunidad y despierte a la oración. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”: dicha confesión encierra la sustancia misma del evangelio (cruz y resurrección), y es la clave tanto de la restauración como de la victoria. El pastor David Jang lo resume así: “Podemos sucumbir innumerables veces, pero gracias a la obediencia de Jesús existe para nosotros un camino inagotable de gracia”. Y el largo anochecer de Getsemaní es el lugar donde este camino comienza.
Incluso hoy, encontramos situaciones que nos llevan a orar: “Pasa de mí esta copa”. Al sentirnos abrumados, impotentes o cargando culpas, nos reencontramos con el camino que Jesús recorrió en Getsemaní. Y podemos resurgir si creemos en el poder de la cruz y la resurrección. Él anduvo antes por ese lugar, transformando la debilidad de Sus discípulos en algo nuevo. Todo nace de la fe en el amor soberano de Dios y se concentra en la “oración de Getsemaní”. Tal es el mensaje fundamental de David Jang: “Para caminar con el Señor, hemos de repetir esa oración en nuestra vida diaria”. Entonces, igual que aquellos discípulos débiles, podremos ser fortalecidos hasta cumplir el propósito de Dios.
De esta manera, el episodio de la oración en Getsemaní, la extrema soledad de Jesús y la frágil condición de Pedro y los demás discípulos revelan con la mayor claridad posible la esencia del evangelio: una gracia costosa pero disponible para todos. Esa noche de dolor no culminó con un punto final trágico, sino que se abrió en un “Levantaos, vamos” (Mr 14:42), prolongándose hacia la cruz, la resurrección y el nacimiento de la Iglesia. Hoy, el pastor David Jang nos recuerda que debemos “velar y orar” de la misma manera, participando también en los sufrimientos y la gloria de Cristo, para así cumplir la voluntad de Dios.
En conclusión, la oración en Getsemaní, junto con el retrato de Pedro y los discípulos, figura entre las escenas más profundas del Nuevo Testamento. Jesús carga solo con la copa amarga, enseñándonos el valor de la “obediencia verdadera”, mientras los discípulos, incapaces de sostenerse, son luego restaurados por la gracia de Dios, testimoniando que no importa cuán profunda sea nuestra debilidad, el Señor siempre tiene el poder de volvernos a levantar. Ese es el corazón del evangelio. Por eso, la meta más grande para el cristiano consiste en “entrar en Getsemaní” con Jesús y orar: “No lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”. Tal es el núcleo de la enseñanza que David Jang ha subrayado repetidamente como “caminar con Cristo”, y la razón de que la noche en Getsemaní siga resonando hoy en nuestro interior.
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